Solidaridad y reflexión tras el atentado a Miguel Uribe Turbay
El pasado 7 de junio, Bogotá volvió a sacudirse ante un acto que desafía toda noción de civilidad democrática: el senador y exprecandidato presidencial Miguel Uribe Turbay fue atacado a tiros por un menor de edad durante un encuentro público. El disparo, dirigido a la cabeza, lo dejó en estado crítico y con pronóstico reservado. Horas más tarde, el país entero seguía con atención su evolución médica, aferrado a la esperanza de que pueda superar esta tragedia.
En nombre de la dignidad política y del respeto humano, expreso mi solidaridad con él, con su familia, con quienes le acompañaban y con los miles de ciudadanos que entienden que la diferencia de ideas no puede nunca justificar la violencia.
¿Qué revelan estos hechos?
1. La violencia política sigue activa en América Latina
La figura de Miguel Uribe, joven, conservador y firme en su oposición al actual gobierno, ha sido crítica con ciertas estructuras políticas que aún gozan de impunidad simbólica o social. Su ataque recuerda que los liderazgos visibles siguen siendo vulnerables a expresiones extremas de intolerancia ideológica.
El caso revive, de forma inevitable, memorias de otras tragedias políticas en la región. Desde Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, hasta Fernando Villavicencio en Ecuador, hemos visto cómo el discurso se quiebra cuando entra la bala.
Y eso no es un accidente histórico. Es una señal de alerta.
2. Colombia, un país resiliente en tensión constante
Colombia ha demostrado ser una nación capaz de enfrentar crisis enormes, con una sociedad que a pesar del miedo, sigue apostando por la palabra. Pero lo ocurrido nos recuerda que la violencia no ha desaparecido: se transforma, muta y a veces se infiltra en nuevas generaciones.
El hecho de que el atacante fuera un menor de edad y que se haya planteado la posible existencia de una estructura detrás no hace sino agravar la preocupación. ¿Cuánto odio se ha sembrado para que un adolescente dispare a un político en plena vía pública?
3. Democracia en riesgo: el miedo como silenciamiento
Cuando un hecho como este ocurre, no solo se ataca a una persona, sino a toda la comunidad política. Lo que está en juego es la posibilidad de disentir sin miedo.
El atentado lanza un mensaje implícito: hablar puede costarte la vida.
Por eso, la reacción del país —expresada en manifestaciones, vigilias y una multitudinaria Marcha del Silencio— no es solo emotiva, sino profundamente cívica: el rechazo a la violencia debe estar por encima de toda diferencia ideológica.
América Latina y Europa: dos izquierdas, dos historias
Resulta inevitable comparar. Mientras que en Europa, la izquierda institucionalizada ha evolucionado hacia modelos de deliberación y alternancia de poder dentro de marcos democráticos consolidados, en América Latina, sectores de izquierda —aunque no exclusivamente— aún conviven con residuos de legitimación a la violencia como forma de resistencia.
No se trata de una condena general. Se trata de reconocer que en nuestro continente, la política aún se vive con niveles de radicalización y polarización que debilitan las instituciones y normalizan el conflicto.
Un mensaje necesario
Este artículo no es una denuncia. Es una defensa:
De la palabra por encima de la violencia.
Del respeto por encima del miedo.
De la política como medio para construir y no para destruir.
Mi solidaridad con Miguel Uribe no solo parte de coincidencias ideológicas (que las tengo), sino de un principio democrático esencial: nadie debe ser atacado por sus ideas.
Nadie debe ir a una plaza a hablar… y terminar en una sala de urgencias.
Colombia no puede permitirse volver a repetir ciclos que tantos años costaron superar. Este atentado debe marcar un punto de inflexión. No para ahondar la polarización, sino para recordarnos que la violencia no tiene cabida, ni en la calle ni en las instituciones.
Ojalá este dolor sirva para algo más que conmoción.
Ojalá nos devuelva el valor del desacuerdo civilizado.
Ojalá nos recuerde que, incluso en medio de la diferencia, hay límites que jamás deberían cruzarse.