Narrativas obligadas: ¿por qué siempre esperan que hablemos de dolor?

Hay regiones del mundo que, cuando pronuncias su nombre, activan en el imaginario colectivo una sola palabra: guerra. O exilio. O crisis.

Los Balcanes, por ejemplo. Hace poco leía una reflexión de autores de esa región que decían estar cansados de que sus libros solo interesen si tratan de conflictos sangrientos. “Queremos escribir sobre amor, sobre lo cotidiano, sobre una mujer que camina al mercado —y que eso también se publique.”

Y los entiendo.

Porque en América Latina, y especialmente para quienes emigramos o trabajamos desde las periferias del poder global, ocurre lo mismo: pareciera que nuestras voces solo valen si hablan desde la herida.

La expectativa de dolor

¿De qué se espera que hable un escritor venezolano hoy?

De escasez, de migración, de represión, de hambre. Y sí, claro que existen.

Pero también existen quienes siembran, quienes crean, quienes construyen comunidad desde el afecto o la memoria.

¿Dónde queda ese relato?

La cultura, muchas veces, ha sido tratada como testimonio —como una rendición de cuentas permanente de nuestras tragedias.

Y sin embargo, la cultura también es posibilidad, imaginación, escape.

También es lugar de descanso.

Contar el todo, no solo la grieta

No estoy diciendo que dejemos de hablar del dolor. Al contrario: muchas veces el arte ha sido el único canal donde el dolor pudo expresarse dignamente.

Lo que digo es que no deberíamos estar obligados a hablar solo desde ahí.

Los lectores —y los mercados editoriales, periodísticos o artísticos— deben comprender que nuestras historias no caben en una sola categoría.

Que una canción de cuna también es revolución.

Que una receta heredada también es resistencia.

Y que escribir desde la ternura, desde el juego o desde la belleza es tan político como hacerlo desde la denuncia.

América Latina, más allá del titular

Somos más que el último informe. Más que las cifras. Más que los titulares.

Y también merecemos imaginarnos en otras claves: de reencuentro, de futuro, de alegría sin culpa.

El derecho a imaginar no debería ser un privilegio de los países en paz.

Este artículo no es una queja, es una invitación.

A editores, a lectores, a artistas: abramos el campo.

Permitamos que las voces de nuestras regiones cuenten todas sus capas.

Porque cuando nos niegan el derecho a contar una historia de amor… también nos están quitando algo.

Y yo no estoy dispuesto a seguir cediendo espacio narrativo.

Escribamos lo que somos: completos.

Anterior
Anterior

Europa energizada desde abajo: cómo las comunidades transforman el sistema

Siguiente
Siguiente

Maido: los sabores que cautivan incluso a un diplomático