El nuevo tablero geopolítico: la diplomacia multilateral frente al desafío de la fragmentación

La reciente Cumbre de Paz sobre Ucrania, celebrada en Suiza, reunió a más de 90 países en un intento de sentar las bases para una resolución al conflicto que persiste en el corazón de Europa. Sin embargo, más allá de los discursos formales y las declaraciones finales, la ausencia de actores fundamentales como Rusia y China dejó al descubierto una realidad que trasciende el caso ucraniano: el sistema multilateral, tal como lo conocimos, enfrenta una crisis de representatividad y de efectividad en un mundo fragmentado.

La diplomacia multilateral —esa arquitectura construida pacientemente tras la Segunda Guerra Mundial para equilibrar intereses y promover soluciones comunes— parece hoy tensionada entre la necesidad de actuar y la imposibilidad de consensuar. Las cumbres ya no representan al conjunto global; los foros de diálogo se multiplican, pero su legitimidad disminuye cuando las principales partes en conflicto no están en la mesa.

El poder fragmentado: un nuevo escenario

La geopolítica contemporánea se caracteriza por la dispersión de centros de poder. Ya no hablamos solo de Estados Unidos, China o Rusia: India, Brasil, Sudáfrica, Turquía, Arabia Saudí y otras potencias regionales tienen voz y peso propio en las decisiones globales.

Este fenómeno hace que las grandes cumbres sean menos concluyentes, pero también más necesarias, porque incluso en la fragmentación, la construcción de consensos sigue siendo el único camino para evitar el aislamiento, la radicalización o el recurso exclusivo a la fuerza.

La ausencia de Rusia y China en la Cumbre de Suiza no debe leerse solo como un gesto de desinterés o desafío: es un síntoma de la dificultad actual para definir marcos comunes de resolución de conflictos. En este contexto, la diplomacia ya no puede basarse exclusivamente en grandes acuerdos bilaterales o bloques homogéneos; debe adaptarse a un escenario donde el tejido de relaciones es más horizontal, más volátil y, a la vez, más interdependiente.

El rol estratégico de los pequeños Estados

Frente a esta nueva realidad, el papel de los pequeños y medianos Estados cobra una relevancia inédita. Lejos de ser espectadores pasivos, muchos de ellos se convierten en actores imprescindibles en la construcción de legitimidad internacional.

Países como Suiza, Noruega, Costa Rica o Qatar han demostrado que, a través de la neutralidad activa, la mediación creíble o la capacidad de facilitar espacios de diálogo, es posible influir en procesos globales más allá del peso militar o económico.

Estos Estados medianos y pequeños tienen una ventaja estratégica: pueden generar confianza donde las grandes potencias despiertan recelo. Pueden propiciar conversaciones que no serían posibles en otros marcos. Y sobre todo, pueden recordar al sistema internacional que la diplomacia no consiste solo en defender intereses, sino en crear puentes viables entre intereses divergentes.

La oportunidad en medio de la crisis

La Cumbre de Suiza no resolvió el conflicto en Ucrania, ni podía hacerlo. Pero su valor simbólico y estratégico reside en mostrar que la comunidad internacional sigue apostando, incluso en condiciones adversas, por el diálogo multilateral.

Aceptar la fragmentación no implica resignarse al caos. Implica reconocer la complejidad del tablero actual y ajustar las estrategias de mediación, representación y concertación.

Significa fortalecer la diplomacia de la escucha, la diplomacia de la paciencia, la diplomacia de los pequeños pasos.

En un mundo donde los grandes acuerdos parecen cada vez más lejanos, la arquitectura de la paz puede y debe construirse ladrillo a ladrillo, conversación a conversación.

Ahí radica hoy, más que nunca, la relevancia de los Estados que apuestan por el entendimiento, la prudencia y la diplomacia como instrumentos de transformación global.

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