Una tregua necesaria: Semana Santa, el legado del Papa Francisco y el reencuentro pendiente

Pope Francis Oil es una pintura de Peter Farago, April 13th, 2025.

Esta semana, en medio de los análisis sobre la figura del Papa Francisco, escuché a un vaticanista decir algo que me acompañó durante todo el día:

“Abrió los temas difíciles sin cambiar una sola letra de la doctrina.”

Se refería, claro, a su modo de afrontar cuestiones como la migración, la pobreza o la sexualidad con sensibilidad pastoral, pero sin alterar la estructura doctrinal de la Iglesia.

Y pensé: hay ahí una lección valiosa no solo para los creyentes, sino también para la política, para la sociedad, para el momento que vivimos.

El gesto de abrir sin destruir, de tocar lo complejo sin ceder al simplismo, de contener sin reprimir, es hoy una forma de sabiduría poco frecuente. En tiempos de fractura, de posiciones endurecidas y de verdades absolutas, esa capacidad de sostener el diálogo sin desmontar el principio es un arte. Y quizás, uno que debamos recuperar.

La pausa como oportunidad

Semana Santa, más allá de su connotación religiosa, ofrece cada año una pausa colectiva. No se trata solo de días feriados: es un momento simbólico, cultural y emocionalmente cargado, en el que una parte de la sociedad baja el ritmo, guarda silencio, reflexiona.

En tiempos de polarización, esa pausa puede y debe entenderse también como una tregua cívica. No como una evasión, sino como una forma de recordar que toda comunidad necesita espacios para reencontrarse, para volver a escucharse, para reconstruir sus vínculos desde lo humano.

Treguas que abren caminos

La historia está llena de pausas que marcaron un antes y un después. Basta recordar la tregua de Navidad de 1914 durante la Primera Guerra Mundial, cuando soldados enemigos compartieron un momento de humanidad en medio de las trincheras. O la Semana Santa de 1998 en Irlanda del Norte, que precedió al Acuerdo de Viernes Santo y a un nuevo horizonte para la paz.

En América Latina, también hemos visto cómo ciertos rituales compartidos —incluso los religiosos— pueden generar momentos de contención, de respiro, de mínima comunión simbólica en medio del ruido.

¿Y si la política aprendiera de eso?

La figura del Papa Francisco puede incomodar a algunos y entusiasmar a otros, pero hay un punto difícil de ignorar: ha sido capaz de abrir debates profundos sin traicionar los cimientos de su institución. Ese equilibrio entre convicción y escucha, entre firmeza y humildad, es lo que más necesitamos hoy en los espacios de deliberación pública.

No se trata de espiritualizar la política ni de buscar en la religión un refugio frente a los dilemas contemporáneos. Se trata, más bien, de reconocer que ciertos gestos —la contención, el silencio, el espacio para el otro— pueden ser profundamente transformadores. Y que una tregua no es una renuncia: es una decisión estratégica y humana.

La Semana Santa, al igual que el estilo de liderazgo de Francisco, nos recuerda que a veces lo más revolucionario no es gritar más fuerte, sino bajar el tono para que el otro pueda entrar en la conversación.

Que este tiempo no pase como una fecha vacía. Que podamos hacer de la pausa una herramienta de reencuentro. Que volvamos a pensar, aunque sea por un momento, que los puentes no se construyen solo con acuerdos, sino también con silencios que saben esperar.

 

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